Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2021), resiliencia se define como “La capacidad de prevenir desastres y crisis, así como de preverlos, amortiguarlos, tenerlos en cuenta o recuperarse de ellos a tiempo y de forma eficiente y sostenible, incluida la protección, el restablecimiento y la mejora de los sistemas de vida frente a las amenazas que afectan a la agricultura, la nutrición, la seguridad alimentaria y la inocuidad de los alimentos.”
Actualmente, el cambio climático amenaza la seguridad alimentaria y nutricional a nivel global a través de efectos negativos en el crecimiento de los cultivos y la productividad agrícola. Consecuencias de este cambio climático, como las temperaturas extremas, las lluvias erráticas, y otros factores de estrés ambiental, comprometen la habilidad de la agricultura para cumplir con la demanda de alimento. Debido a esto, existe una urgente necesidad de aumentar la resiliencia al cambio climático en los cultivos, y simultáneamente mejorar rendimientos de forma sostenible para asegurar la seguridad alimentaria.
Para poder hablar de resiliencia en las plantas, hay que regresar a lo más básico de la agricultura: el suelo. El suelo, contrario a lo que comúnmente se piensa, es un ecosistema vivo, dinámico y vital, que surge a partir de interacciones complejas que involucran el clima, la geología, la vegetación, la actividad biológica, el tiempo y qué uso se le ha dado a la tierra. Además, el suelo es más que un medio para que las plantas crezcan o un hábitat para muchos más organismos, ya que provee muchos servicios ecosistémicos como la regulación climática, la filtración y almacenamiento de agua, un papel importante en los ciclos de nutrientes, almacenamiento de carbono e incluso registros históricos de qué ha pasado en la Tierra.
El suelo esta conformado por un ~45% de minerales, un ~25% de agua, un ~25% de aire y un ~5% de materia orgánica. Dentro de ese ~5% de materia orgánica podemos encontrar tanto tejido vegetal o animal en varios estados de descomposición como también poblaciones de microorganismos responsables de esta descomposición y de muchos procesos más. De hecho, la funcionalidad del suelo se ve directamente afectada por las comunidades microbianas que en él existen, ya que los microorganismos -entre otras cosas- pueden fortalecer las plantas al aumentar su resistencia a enfermedades y mejorando su rendimiento. Estas comunidades microbianas se encuentran específicamente en la rizosfera, y pueden estar conformadas por bacterias y/u hongos promotores del crecimiento, microorganismos endófitos, micorrizas y patógenos.
Cada uno de estos microorganismos cumple un papel importante, desde la descomposición de materia orgánica, la producción de hormonas, la inducción de los sistemas de resistencia vegetal, el reciclaje de nutrientes y en general el mantenimiento de un ecosistema saludable o un suelo fértil que promueve el crecimiento óptimo de los cultivos que en él se encuentran. Sin embargo, este ecosistema puede verse perturbado por distintas prácticas agrícolas convencionales.
Cuando se perturba mecánicamente el suelo, por ejemplo, con la labranza, la porosidad y estructura del mismo se ven afectadas, lo que genera más compactación. Esto implica que hay menos posibilidades de infiltración del agua, más riesgo de erosión y menos biodiversidad. La falta de biodiversidad en el suelo disminuye también la cantidad de nutrientes reciclados y, por tanto, existe la necesidad de utilizar fertilizantes sintéticos. El uso excesivo de estos fertilizantes puede hacer que los nutrientes del suelo pasen a estar en una forma no disponible para las plantas. Además, esto promueve el crecimiento de malezas, para las cuales será necesario utilizar otros agroquímicos como herbicidas. Al mismo tiempo, la falta de nutrientes biodisponibles en el suelo hace que los cultivos se vuelvan más propensos a distintas plagas y enfermedades, lo cual, convencionalmente, se combate con más biocidas: insecticidas, fungicidas, bactericidas… Esto, nuevamente, tiene un efecto negativo sobre la biodiversidad de los sistemas agrícolas.
Entonces, ¿cómo podemos prevenir esto?
¿Cómo podemos contribuir a la restauración de los suelos?
Una de las áreas de interés en cuanto a promover la resiliencia de los cultivos al cambio climático se refiere, es cambiar nuestras prácticas de manejo de los sistemas agrícolas. Prácticas como la disminución de monocultivos, la conservación de humedad y materia orgánica, y otras estrategias destinadas a combatir la pérdida de biodiversidad biológica son clave. Por ejemplo, reducir la labranza de los suelos favorece la estructura de estos, y si además se emplean cultivos de cobertura, la erosión se minimiza aún más. La rotación de cultivos, incorporación de materia orgánica y la reducción en el uso de agroquímicos son prácticas que contribuyen a combatir la pérdida de biodiversidad biológica en estos sistemas. Además, estas prácticas tienen un efecto positivo en los ciclos de nutrientes y aumentan la cantidad de nutrientes biodisponibles para los cultivos.
Otra estrategia importante es el entender la microbiota benéfica con el fin de emplear microorganismos promotores de crecimiento y fortalecer el microbioma de los cultivos para mejorar la tolerancia a distintos estresores. Por ejemplo, distintas especies del género de hongos Trichoderma, son utilizadas como biofertilizantes debido a sus propiedades fungicidas (RIKODERMA® 8 WP) y promotoras del crecimiento (ROOT UP®). Propiedades similares se encuentran en varias especies de bacterias del género Bacillus (SMARTHOR®). Hongos como Paecilomyces sp. (Purpureocillium sp.) tienen propiedades nematicidas (FAISENONEMA® 8 WP), siendo ideales para tratar suelos con problemas de nemátodos fitopatógenos. Hongos como Metarhizium anisopliae o Beauveria bassiana poseen propiedades insecticidas (BIORRIZIUM® 8 WP, BOVETROL® 8 WP), eliminando a ciertos grupos de insectos por contacto. Por su parte, la bacteria Bacillus thuringiensis presenta efectos insecticidas actuando por ingestión (BTK® 8 EC).
El uso de microorganismos benéficos favorece enormemente tanto la estructura del suelo, la biodiversidad y la biodisponibilidad de nutrientes en estos sistemas. Las plantas y los microorganismos han coexistido por un largo tiempo y pueden llegar a tener un efecto crucial en la agricultura sostenible gracias a sus interacciones antagonistas y sinergéticas. Los microorganismos contribuyen a ‘desbloquear’ nutrientes o convertirlos a formas disponibles para las plantas, promover el acceso a nutrientes, fijar nitrógeno atmosférico, estimular el crecimiento de los cultivos y protegerlos de patógenos.
El uso de soluciones basadas en la naturaleza, las prácticas agrícolas mejoradas, la restauración de suelos, el uso de microorganismos benéficos, el manejo integrado de cultivos y más, nos ayuda a mitigar una porción de nuestra huella de carbono y, al mismo tiempo, contribuir a darle soporte a ecosistemas vitales, promover la biodiversidad, asegurar el acceso a agua fresca y garantizar la seguridad alimentaria.
El cambio climático está directamente relacionado con la degradación del suelo. Por lo tanto, para generar resiliencia en los cultivos debemos dirigir nuestra vista y esfuerzos a mantener la salud del suelo.
Agr. Diane Avalos-Ruiz